18 de octubre de 2010

Viajes historicos e imaginarios III

   Ya es hora de continuar mi paseo y me encamino hacia la iglesia de San Esteban por la calle de su mismo nombre, este templo, de estilo gótico-mudéjar, estuvo muy unido al protagonista de mi anterior historia, pues aquí se custodiaban unas reliquias traídas de Tierra Santa por don Fadrique Enríquez de Ribera. Y como veremos después, también tendrá relación esta iglesia con mi siguiente historia puesto que en ella fue bautizado el pintor Juan de Valdés Leal.


   Tomo la calle Cristo del Buen Viaje hasta la calle del Vidrio y al llegar a la calle Garci Pérez vislumbro a la derecha la Plaza de las Mercedarias, ya en pleno barrio de San Bartolomé, antigua judería de Sevilla, en esta plaza conviven dos congregaciones religiosas. Las Mercedarias Descalzas, comunidad establecida en este lugar desde 1633. La pequeña placita se amplió a consecuencias del incendio que sufrió el convento en julio de 1936, que acabó con parte del edificio. Del convento se conserva la iglesia, en el lado oeste de la plaza. Las Mercedarias tienen actualmente aquí un colegio .En la acera norte de la plaza está el Monasterio de la Visitación de la Orden de las Salesas, construido en 1894.

   Atravesando la plaza giro a la izquierda por calle Levíes lo que me enfrenta a mi siguiente destino, el palacio de Levíes donde vivió el venerable Don Miguel de Mañara.

   Encontramos una particularidad en las ventanas de este palacio y es que sus once rejas son diferentes, constituyendo esto un muestrario de la forja Sevillana del siglo XVII.

   Observando este palacio de estilo renacentista e imaginando a Miguel de Mañara crecer entre sus muros, doy de nuevo rienda suelta a mi fantasía y me pregunto porque un hombre que lo tenia todo para llevar una vida cómoda, pone su vida y su fortuna al servicio de los mas necesitados y al final de sus días sigue considerándose a si mismo una mala persona, según su epitafio escrito por el mismo, “Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo”.

                    14 de Mayo de 1679 Iglesia de San Jorge


   Fray Juan de la Presentación alzo la mirada hacia el retablo de la iglesia de la caridad, era en esos momentos en los que se encontraba solo en el templo, ya caída la tarde tras la ultima misa del día, cuando se permitía admirar toda la ornamentación diseñada por Don Miguel de Mañara. Todo le parecía extraño en aquellos momentos de recogimiento, tras ser el confesor de Miguel durante más de quince años, además de amigo y consejero, la muerte de este hacía solo cinco días, le había cogido por sorpresa.

   Admiró una vez mas el “Santo entierro de Cristo”, obra central del retablo, siempre le conmovía la gran solemnidad y armonía de los personajes esculpidos por Pedro Roldan en aquella obra, en la que se reflejaba la ultima obra de misericordia, enterrar a los muertos. Bernardo Simón de Pineda, autor del retablo, contó también con el pintor Valdés Leal para realizar la policromía de las esculturas de Roldan. Fray Juan observo el ático del retablo, las tres Virtudes, Fe, Esperanza y Caridad, se hallaban allí representadas por tres tallas también de su amigo Pedro.

   Se volvió entonces dando la espalda al maravilloso conjunto y se dispuso a repetir su recorrido por la iglesia, apagando algunas velas antes de cerrar el templo. Las seis pinturas de Murillo sobre la misericordia flanqueaban esa parte del templo y Fray Juan se admiro una vez más de como Mañara había convencido a artistas tan prestigiosos como Murillo, Valdés Leal, Pedro Roldán y Bernardo Simón de Pineda, para que plasmaran su inspiración acerca de la caridad cristiana sobre aquellos muros.

   Sobre el coro, un ultimo rayo de luz escapaba de la noche implacable, iluminando el rostro del emperador Heraclio despojándose de sus vestiduras para entrar en Jerusalén con pobreza y recogimiento tal como lo hizo Jesús, “La exaltación de la cruz” pintado también por Valdés, mostraba la dificultad de la salvación de los ricos, a esta esperanza de salvación había dedicado su vida y su fortuna Miguel de Mañara. Sin embargo, bajo el coro, Valdés Leal con sus obras “In ictu oculi” a la izquierda y “Finis gloriae mundi” a la derecha, muestra con crudeza la idea de Don Miguel sobre la caducidad de la vida, y Fray Juan de la Presentación, confesor y amigo del hombre mas piadoso que había visto Sevilla, no pudo evitar estremecerse al recordar que ahora, entre los dos lienzos, reposaban también sus restos, “Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo”, recordó, el religioso, el epitafio que seguía sin comprender, ¿Que atormentó su alma hasta el punto de tener un concepto tan vil de si mismo?

   Fue allí junto a la cripta donde percibió la presencia de alguien. Se acercó despacio y fue distinguiendo poco a poco el hábito oscuro, sin duda era una religiosa, pero ¿Que hacía allí? Ya a su lado observó su rostro y reconoció a la hermana Rosalía, monja Clarisa muy cercana a la madre superiora de la orden y posiblemente su sucesora.

   -Es muy tarde hermana, ¿ha venido a confesar?
   -No puedo confesar padre, ayúdeme.

   Apenas un hilo de voz y un casi imperceptible movimiento de sus labios, fueron suficientes para que Fray Juan comprendiera la gravedad y sufrimiento de su espíritu.

   -No puedo ser perdonada, padre. He pecado durante toda mi vida y he condenado mi alma y la de otra persona para siempre.
   -Cuéntamelo, hija mía, y deja para el Señor esa decisión.
   -Éramos muy jóvenes, apenas unos niños, hace tanto tiempo -Sor Rosalía hizo una breve pausa, un profundo suspiro rompió la profunda quietud de su cuerpo relajando un poco su postura como preámbulo a la historia que había ocultado tanto tiempo.- Éramos primos, ¿sabe padre?, si, mi madre Isabel Anfriano Vicentelo era Hermana de Jerónima, la madre de Miguel.
   -¿Estas hablando de Mañara?-La voz de Fray Juan se quebró por la sorpresa.
   -Si padre, dejamos de ser niños muy pronto, el perdió a sus hermanos a los trece años y en mi halló el consuelo a su soledad, pues su padre estaba demasiado ocupado con su notoria vida y su madre se refugió en la compañía de Jesús para llorar la muerte de sus hijos, Miguel pasó a ser el primogénito pero su madre se oponía a nuestro amor, habló con mi madre, su hermana, y se decidió que yo ingresara en el convento de Santa Clara donde ya otra hermana de ambas había profesado.

   Sor Rosalía escondió el rostro entre sus manos y Fray Juan comprendió el dolor que le causaba recordar aquellos años.

   -Hija mía eso fue hace mucho tiempo.
   -Si padre, mucho tiempo, yo tenia 16 años cuando ingrese novicia y Miguel 21-La hermana había vuelto a levantar el rostro, sus enrojecidos ojos miraban perdidos la interminable oscuridad del templo y su voz había recuperado la templanza y seguridad del que ya nada tiene que esconder- El quería escapar conmigo a Italia, planeaba una fuga distinta cada día, pero ambos sabíamos que nuestro amor era imposible, nuestras familias eran demasiado poderosas y llegaban a toda Europa, entonces me propuso embarcar a las Américas, pero yo no quise, supongo que por miedo, no lo se- Sor Rosalía apretó los labios y Fray Juan observó un leve temblor en su barbilla, su voz sonó un poco mas quebrada durante un instante, una pausa después, se recompuso y prosiguió su relato- Si tuvo que ser miedo.
   -Pero Don Miguel contrajo matrimonio siendo muy joven.
   - Su padre falleció poco después y el testamento disponía que su hijo debía contraer matrimonio antes de un año, a los cuatro meses se caso por poderes con Doña Jerónima María Antonia Carrillo de Mendoza y Castrillo, pero nunca la amó.
   -Pero el se dedico plenamente a ella.
   -Yo deseaba que ella muriera, padre, con toda mi alma, sabía que el regresaría por mi. Trece años después sucedió y cuando me llegó la noticia di gracias a Dios, y no me arrepiento, padre, no puedo.
   -¿Y el volvió?- Fray Juan se dio cuenta de que aquello ya no era una confesión ante el Señor y pregunto mas como amigo de Miguel que como sacerdote.
   - Si regresó. Un día apareció en el convento, tenía una posición importante y eso le abría muchas puertas, incluso la de una monja,- Sor Rosalía mudó su semblante recordando aquella noche, en la que olvidaron quienes eran y se sintieron amantes por primera vez.
   -¿Yacisteis juntos?- El sacerdote vio la respuesta reflejada en el rostro de Sor Rosalía, que sonreía por primera vez en toda la noche, incluso sus ojos habían adquirido un brillo especial, si, no hacían falta palabras.

   Tras unos instantes, la expresión de la monja volvió a endurecerse, el brillo de sus ojos se ocultó como si un velo cubriese su mirada, y sus labios adquirieron la rigidez anterior transformando la sonrisa en una fina y recta línea.

   -Antes de irse, aquella mañana, Miguel me pidió por ultima vez que escapara con el, y por segunda vez le di la espalda, no podía hacerlo, pensé que ya era tarde para nosotros, que nuestro tiempo había pasado y no me di cuenta que con ello condenaba para siempre su alma,”No te arrepientas nunca de nuestro amor” –Me dijo- “algún día estaremos juntos para siempre”, ahora se a que se refería, si yo muero en pecado me reuniré con el para siempre aunque sea en el purgatorio.
   -Hermana, no me cabe duda de que Miguel ha salvado su alma con su obra.

   La hermana Rosalía reposo la frente sobre sus manos ocultando su rostro y guardó silencio a la espera de las palabras del sacerdote.

   -Dedicó vida y fortuna a los mas necesitados, asistió a los enfermos hasta el punto de construir un hospital solo para necesitados, enterró a los muertos, dio de comer a los hambrientos, y recreo la caridad cristiana entre estos muros, creedme hermana es mas que suficiente para salvar un alma. No he conocido hombre mas piadoso y entregado a los demás, seguro que Dios nuestro Señor lo ha acogido en su seno, así que no dudes en arrepentirte, has dedicado tu vida a la oración y Dios es misericordioso y te perdonará, solo así te reunirás con el cuando el Señor te llame.

   Sor Rosalía levantó el rostro, las lágrimas corrían por sus mejillas desde sus enrojecidos ojos hasta la barbilla que ahora si temblaba sensiblemente, no pudo más y estallo en un llanto sin consuelo que rompió el inmenso silencio de la iglesia.

   -Perdóneme padre porque he pecado – dijo por fin entre sollozos-
   -Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

   No hablaron mas, solo rezaron ante la tumba de Don Miguel de Mañara, no se movieron hasta el alba, como si la noche les hubiera capturado e inmovilizado y los primeros rayos de luz rompieran sus ataduras, apenas el templo fue saliendo de su oscuridad, ellos se levantaron y partieron hacia sus destinos, compartiendo ahora un secreto que sin duda se llevarían a la tumba.



Don Miguel de Mañara leyendo la regla de la Santa Caridad.
Autor: Juan De Valdés Leal
Fecha:1681
Museo:Hospital de la Caridad (Sevilla)

1 comentario:

  1. Don Miguel de Mañara...qué personaje más misterioso e interesante a la vez!. ¿Y su epitafio?,¿tan vil, fue?. En un momento pensaba que estaba allí sentada, en uno de los bancos de la iglesia, de hurtadillas, oyendo la conversación entre el sacerdote y la monja... ¿Para cuándo la siguiente entrega?. Sigo con interés tus relatos. Besos, Maite

    ResponderEliminar