24 de febrero de 2013

Viajes historicos e imaginarios IV



San Bartolome
Samuel Ha Levi
  Me dispongo a continuar mi viaje, estoy frente al palacio de Levíes en la entrada de la calle Céspedes, si la tomo llegaría sin duda a la iglesia de San Bartolomé, antigua sinagoga de este barrio, que junto al de Santa Cruz, conformaban la Judería de la ciudad. Me detengo aquí, pues de nuevo mi mente quiere recrear una historia, pienso en el nombre de la calle “Levies”, y recuerdo entonces la leyenda de Samuel ha- Levi. Cuentan que este Judío, tesorero del Rey Don Pedro I, se convirtió en uno de los hombres más cercanos a Su majestad, lo que le hizo muy poderoso, esto alimentó las intrigas contra el por parte de otros asesores del Rey, lo que le llevó a su encarcelamiento en Sevilla. Se registró su casa de Toledo, donde apareció un gran tesoro, pero el monarca, sospechando que Samuel escondía en Sevilla la mayor parte de sus caudales, ordenó que lo torturaran hasta que dijera el lugar donde escondía su fortuna. Samuel murió sin confesar y el tesoro quedo oculto para siempre, o no…

                                                        Sevilla, año 1361        
  Clic clac, clic clac clic clac. La rueda del potro crujía de nuevo y Samuel Levi veía la muerte mas cerca.  Notaba como su cuerpo se deformaba con cada vuelta de la implacable rueda que el verdugo manejaba con maestría. Tenía la certeza de que iba a morir, no en vano había asistido en muchas ocasiones a sesiones de tortura interminables, llevadas a cabo por aquel siniestro ejecutor, que obedecía las órdenes de su rey sin dudar.
    Samuel sabia que no había vuelta atrás, después de estar colgado por los brazos durante dos días, haber sido azotado hasta perder la conciencia en varias ocasiones y pasar por la rueda, donde sin duda muchos de sus huesos se habían quebrado para siempre, el potro era sin duda el final.
   Los lamentos de los otros reos apenas ya podía oírlos- ¿habrían dejado de gritar, o estaría perdiendo los sentidos poco a poco?- tampoco el siniestro sonido de los útiles y artefactos, usados por aquel extraño personaje, llegaban ya a sus oídos.
   -“Exaltado y santificado sea su gran nombre, amén”- Samuel empezó a recitar el Kadish (Oración hebrea),  consciente de que ya solo su alma podía salvarse.-“    En este mundo de Su creación que creó conforme a Su voluntad; llegue su reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del Mesías, amén.”
   -Era irónico pensar que había llegado a su fin por dinero, por la codicia de un Rey al que había servido fielmente como Almojarife (tesorero real), llegando a convertirse en su hombre de confianza  -“ En vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y en tiempo cercano y decid Amén”- incluso había sido encarcelado junto al monarca en la prisión de la ciudad de Toro, por la propia familia de este,  ayudándole posteriormente en su fuga.
   -“ Bendito sea Su gran Nombre para siempre, por toda la eternidad; sea bendito, elogiado, glorificado, exaltado, ensalzado, magnificado, enaltecido y alabado Su santísimo Nombre Amén”- Su tesoro y su fortuna eran ahora el motivo de la avaricia del Rey cruel, el tesoro y la fortuna de su familia, de sus antepasados, debía seguir perteneciendo a sus descendientes.
    -“Por encima de todas las bendiciones, de los cánticos, de las alabanzas y consuelos que pueden expresarse en al mundo, y decid: Amén. Por Israel, y por nuestros maestros y sus alumnos, y por todos los alumnos de los alumnos, que se ocupan de la sagrada Torá, tanto en esta tierra como en cada nación y nación. Recibamos nosotros y todos ellos gracia, bondad y misericordia del Amo del cielo y de la tierra, y decid: Amén ”- Había dejado ya de percibir  el olor acre de la mazmorra, sin duda debido a la mezcla de sangre, vómitos, sudor y excrementos,  unido a la falta de ventilación de aquella prisión en las Atarazanas de Sevilla, otra prueba de que sus sentidos se desvanecían y de que la muerte se apoderaba de su cuerpo como la oscuridad se apodera de la luz tras el atardecer,  -“Descienda del Cielo una paz grande, vida, abundancia, salvación, consuelo, liberación, salud, redención, perdón, expiación, amplitud y libertad, para nosotros y para todo Su pueblo Israel, y decid: Amén. ”- Tan solo sus ojos conservaban algo de vida, cuando se cruzaban con los del verdugo, se estremecía ante la seguridad de un nuevo tormento. Ahora, sin embargo, su mirada parecía mostrar algo de compasión, incluso aparentaba pedir perdón. Si, por supuesto, podía perdonarle, porque no iba a hacerlo, aquel hombre solo era un instrumento que hacia su trabajo.
    -Te perdono-susurro Samuel con su ultimo aliento, y después todo se oscureció y ya no sintió nada mas, ni dolor, ni frio, ni calor, ni pena, ni miedo, ni odio, ni rabia, la muerte como la noche había llegado.
    - El que establece la armonía en Sus alturas, nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel, y decid: Amén.- Rajam, que así se llamaba el verdugo y que significa “El misericordioso”, cerro los ojos de Samuel mientras terminaba de recitar el Kadish, la oración a los muertos que el tanto conocía y tantas veces había recitado.
                                                        El día anterior.
    Rajam llevo la taza hasta sus labios y degusto el té que contenía con un pequeño sorbo, siempre se sentía incomodo en la lujosa estancia donde una o dos veces al mes lo recibía el rabino, incomodo como aquella delicada taza en unas manos solo acostumbradas a manejar utensilios creados para infringir dolor.
      Rajam era un solitario, un hombre sombrío, cuya vida transcurría vacía de emociones, un hombre sin fe y sin sentimientos que reaccionaba con indolencia ante los sufrimientos de los demás, pero no siempre fue así.
   El día en que Rajam perdió su voluntad fue el mismo que perdió a Zemira, y el mismo que conoció el odio, y el mismo en que cruzo su mirada por primera vez con aquellos perversos ojos que se quedaron en su recuerdo para siempre, porque aquel hombre de mirada gélida, se llevó la vida de su esposa Zemira y a Rajam solo le quedo vacío y oscuridad.
    Rajam cambio el bando de los justos por el de los infames, el odio se convirtió en su único compañero y fue ese odio el que lo llevo a convertirse en aquella especie de sádico, al servicio de la corona, cuya única misión era infligir dolor sin preguntar porque.
    -¿Podrás hacerlo esta noche?-Pregunto el rabino- El sitio de costumbre está preparado.
   -No es tan sencillo- Rajam hablo sin levantar la vista de su taza, que corría el peligro de romperse por la presión de sus manos.
   - Nunca te he visto tan preocupado.
   -Este es diferente, el Rey sigue muy de cerca y personalmente el proceso, o deja a alguien de su confianza, bien de su guardia personal, o al nuevo almojarife Don Francisco Ferrandez del Marmolejo.
   -Se ha dado mucha prisa Don Pedro en buscarle un sustituto a Levi-Reflexiono el rabino- Es probable que ya tuviera al candidato hace tiempo.
   Jaim, el Rabí de Sevilla, tenía sus ojos clavados en la magnífica torre, a la que llamaban del oro, en esos momentos se le estaba añadiendo un segundo cuerpo superior cuya construcción, ordenada por el Rey Don Pedro I, Jaim había podido seguir a diario, gracias a la privilegiada vista que le ofrecía el ventanal que presidia la estancia donde pasaba la mayor parte de su tiempo.
  Rajam frunció el ceño preocupado, apuró el contenido de su taza y se dirigió al rabino.
   -Este será el último, he tomado la decisión de irme y quisiera saber si sería posible hacerlo en el mismo transporte que él.
   Rajam llevaba dándole vueltas a aquella decisión varios meses, habían pasado tres años desde que el hombre cuyos ojos no podía olvidar, se había cruzado de nuevo en su camino, pero aquella vez todo fue diferente, ya que él era el verdugo y el reo estaba a su merced. Durante tres días Rajam torturo a aquel infeliz para vengar a su esposa pero solo al final pudo apagar de sus ojos aquella perversa mirada que le había perseguido durante tanto tiempo. A partir de entonces todo cambió, ya no podía impartir dolor sin arrepentirse, sus pesadillas cambiaron, pero no desaparecieron, ahora en sus sueños él era el hombre de mirada gélida, y Zemira su esposa huía. Con su venganza la había perdido para siempre.
   Entonces apareció Jaim y le propuso salvar de la muerte a los judíos que llegaran a su mazmorra, al principio lo dudó, sin duda era peligroso, pero se dio cuenta de que su vida ya no le importaba y decidió hacerlo. Desde entonces muchos hombres habían salvado la vida gracias a ellos, el Rabino le daba sus nombres antes incluso de que llegaran, el tenía que atormentarlos para que fuese creíble a los ojos del Rey, pero la corona no se ocupaba nunca de los moribundos y menos aún de los muertos, entonces era cuando Rajam los drogaba y los sacaba de allí sin que nadie hiciera preguntas, una vez fuera los hombres de Jaim se encargaban del traslado.
    -Puedes irte cuando quieras, lo sabes- dijo el Rabino volviéndose hacia Rajam- y contaras con toda mi ayuda tanto aquí como en Fez o en Debdou,  te echaremos de menos.
    - Lo sé, pero la decisión está tomada, por fin mis pesadillas han desaparecido. Esta noche sacare a Levi y me iré con él.
    Esa noche, una barcaza hacía un viaje sin retorno con dos personas que habían unido sus vidas para siempre, Rajam y Samuel comenzaron al pie de la torre del Oro una aventura que les llevaría a tierras Africanas, donde durante más de dos siglos llegaron masivamente los judíos sefardíes que, como ellos,  escapaban del clima de persecución e intolerancia que se iba apoderando progresivamente de la Península Ibérica.
   Mientras, Jaim, observaba el nuevo cuerpo de la torre que brillaba bajo la luz de la luna, esa luz que debía alumbrar la travesía de los dos viajeros que abandonaban esa noche Sevilla para siempre. Cada uno pensando en lo que dejaba atrás, Rajam en Zemira y Samuel en su tesoro.