Me dispongo a
continuar mi viaje, estoy frente al palacio de Levíes en la entrada de la calle
Céspedes, si la tomo llegaría sin duda a la iglesia de San Bartolomé, antigua
sinagoga de este barrio, que junto al de Santa Cruz, conformaban la Judería de
la ciudad. Me detengo aquí, pues de nuevo mi mente quiere recrear una historia,
pienso en el nombre de la calle “Levies”, y recuerdo entonces la leyenda de
Samuel ha- Levi. Cuentan que este Judío, tesorero del Rey Don Pedro I, se
convirtió en uno de los hombres más cercanos a Su majestad, lo que le hizo muy
poderoso, esto alimentó las intrigas contra el por parte de otros asesores del
Rey, lo que le llevó a su encarcelamiento en Sevilla. Se registró su casa de
Toledo, donde apareció un gran tesoro, pero el monarca, sospechando que Samuel escondía
en Sevilla la mayor parte de sus caudales, ordenó que lo torturaran hasta que
dijera el lugar donde escondía su fortuna. Samuel murió sin confesar y el
tesoro quedo oculto para siempre, o no…
San Bartolome |
Samuel Ha Levi |
Sevilla, año 1361
Clic clac,
clic clac clic clac. La rueda del potro crujía de nuevo y Samuel Levi veía
la muerte mas cerca. Notaba como su
cuerpo se deformaba con cada vuelta de la implacable rueda que el verdugo
manejaba con maestría. Tenía la certeza de que iba a morir, no en vano había
asistido en muchas ocasiones a sesiones de tortura interminables, llevadas a cabo
por aquel siniestro ejecutor, que obedecía las órdenes de su rey sin dudar.
Samuel sabia que
no había vuelta atrás, después de estar colgado por los brazos durante dos
días, haber sido azotado hasta perder la conciencia en varias ocasiones y pasar
por la rueda, donde sin duda muchos de sus huesos se habían quebrado para
siempre, el potro era sin duda el final.
Los lamentos de los
otros reos apenas ya podía oírlos- ¿habrían dejado de gritar, o estaría
perdiendo los sentidos poco a poco?- tampoco el siniestro sonido de los útiles
y artefactos, usados por aquel extraño personaje, llegaban ya a sus oídos.
-“Exaltado y santificado sea su gran nombre, amén”-
Samuel empezó a recitar el Kadish (Oración hebrea), consciente de que ya solo su alma podía
salvarse.-“ En este mundo de Su creación que creó conforme a Su voluntad; llegue su
reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del Mesías, amén.”
-Era irónico pensar
que había llegado a su fin por dinero, por la codicia de un Rey al que había
servido fielmente como Almojarife (tesorero real), llegando a convertirse en su
hombre de confianza -“ En
vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y
en tiempo cercano y decid Amén”- incluso había sido encarcelado junto al
monarca en la prisión de la ciudad de Toro, por la propia familia de este, ayudándole posteriormente en su fuga.
-“ Bendito sea Su gran Nombre para siempre, por
toda la eternidad; sea bendito, elogiado, glorificado, exaltado, ensalzado,
magnificado, enaltecido y alabado Su santísimo Nombre Amén”- Su tesoro y su
fortuna eran ahora el motivo de la avaricia del Rey cruel, el tesoro y la
fortuna de su familia, de sus antepasados, debía seguir perteneciendo a sus
descendientes.
-“Por encima de todas las bendiciones, de los
cánticos, de las alabanzas y consuelos que pueden expresarse en al mundo, y
decid: Amén. Por Israel, y por nuestros maestros y sus alumnos, y por todos los
alumnos de los alumnos, que se ocupan de la sagrada Torá, tanto en esta tierra
como en cada nación y nación. Recibamos nosotros y todos ellos gracia, bondad y
misericordia del Amo del cielo y de la tierra, y decid: Amén ”- Había
dejado ya de percibir el olor acre de la
mazmorra, sin duda debido a la mezcla de sangre, vómitos, sudor y excrementos, unido a la falta de ventilación de aquella
prisión en las Atarazanas de Sevilla, otra prueba de que sus sentidos se
desvanecían y de que la muerte se apoderaba de su cuerpo como la oscuridad se
apodera de la luz tras el atardecer, -“Descienda del Cielo una paz grande, vida,
abundancia, salvación, consuelo, liberación, salud, redención, perdón,
expiación, amplitud y libertad, para nosotros y para todo Su pueblo Israel, y
decid: Amén. ”- Tan solo sus ojos conservaban algo de vida, cuando se
cruzaban con los del verdugo, se estremecía ante la seguridad de un nuevo
tormento. Ahora, sin embargo, su mirada parecía mostrar algo de compasión,
incluso aparentaba pedir perdón. Si, por supuesto, podía perdonarle, porque no
iba a hacerlo, aquel hombre solo era un instrumento que hacia su trabajo.
-Te
perdono-susurro Samuel con su ultimo aliento, y después todo se oscureció y ya
no sintió nada mas, ni dolor, ni frio, ni calor, ni pena, ni miedo, ni odio, ni
rabia, la muerte como la noche había llegado.
- El que establece la armonía en Sus alturas,
nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel, y decid:
Amén.- Rajam, que así se llamaba el verdugo y que significa “El misericordioso”,
cerro los ojos de Samuel mientras terminaba de recitar el Kadish, la oración a
los muertos que el tanto conocía y tantas veces había recitado.
El día anterior.
Rajam llevo la
taza hasta sus labios y degusto el té que contenía con un pequeño sorbo,
siempre se sentía incomodo en la lujosa estancia donde una o dos veces al mes
lo recibía el rabino, incomodo como aquella delicada taza en unas manos solo
acostumbradas a manejar utensilios creados para infringir dolor.
Rajam era un
solitario, un hombre sombrío, cuya vida transcurría vacía de emociones, un
hombre sin fe y sin sentimientos que reaccionaba con indolencia ante los
sufrimientos de los demás, pero no siempre fue así.
El día en que Rajam
perdió su voluntad fue el mismo que perdió a Zemira, y el mismo que conoció el
odio, y el mismo en que cruzo su mirada por primera vez con aquellos perversos
ojos que se quedaron en su recuerdo para siempre, porque aquel hombre de mirada
gélida, se llevó la vida de su esposa Zemira y a Rajam solo le quedo vacío y
oscuridad.
Rajam cambio el bando de los justos por el de
los infames, el odio se convirtió en su único compañero y fue ese odio el que
lo llevo a convertirse en aquella especie de sádico, al servicio de la corona,
cuya única misión era infligir dolor sin preguntar porque.
-¿Podrás hacerlo
esta noche?-Pregunto el rabino- El sitio de costumbre está preparado.
-No es tan
sencillo- Rajam hablo sin levantar la vista de su taza, que corría el peligro
de romperse por la presión de sus manos.
- Nunca te he visto
tan preocupado.
-Este es diferente,
el Rey sigue muy de cerca y personalmente el proceso, o deja a alguien de su
confianza, bien de su guardia personal, o al nuevo almojarife Don Francisco
Ferrandez del Marmolejo.
-Se ha dado mucha
prisa Don Pedro en buscarle un sustituto a Levi-Reflexiono el rabino- Es
probable que ya tuviera al candidato hace tiempo.
Jaim, el Rabí de
Sevilla, tenía sus ojos clavados en la magnífica torre, a la que llamaban del
oro, en esos momentos se le estaba añadiendo un segundo cuerpo superior cuya
construcción, ordenada por el Rey Don Pedro I, Jaim había podido seguir a
diario, gracias a la privilegiada vista que le ofrecía el ventanal que presidia
la estancia donde pasaba la mayor parte de su tiempo.
Rajam frunció el
ceño preocupado, apuró el contenido de su taza y se dirigió al rabino.
-Este será el último,
he tomado la decisión de irme y quisiera saber si sería posible hacerlo en el
mismo transporte que él.
Rajam llevaba
dándole vueltas a aquella decisión varios meses, habían pasado tres años desde
que el hombre cuyos ojos no podía olvidar, se había cruzado de nuevo en su
camino, pero aquella vez todo fue diferente, ya que él era el verdugo y el reo
estaba a su merced. Durante tres días Rajam torturo a aquel infeliz para vengar
a su esposa pero solo al final pudo apagar de sus ojos aquella perversa mirada
que le había perseguido durante tanto tiempo. A partir de entonces todo cambió,
ya no podía impartir dolor sin arrepentirse, sus pesadillas cambiaron, pero no
desaparecieron, ahora en sus sueños él era el hombre de mirada gélida, y Zemira
su esposa huía. Con su venganza la había perdido para siempre.
Entonces apareció
Jaim y le propuso salvar de la muerte a los judíos que llegaran a su mazmorra,
al principio lo dudó, sin duda era peligroso, pero se dio cuenta de que su vida
ya no le importaba y decidió hacerlo. Desde entonces muchos hombres habían salvado
la vida gracias a ellos, el Rabino le daba sus nombres antes incluso de que
llegaran, el tenía que atormentarlos para que fuese creíble a los ojos del Rey,
pero la corona no se ocupaba nunca de los moribundos y menos aún de los
muertos, entonces era cuando Rajam los drogaba y los sacaba de allí sin que
nadie hiciera preguntas, una vez fuera los hombres de Jaim se encargaban del
traslado.
-Puedes irte
cuando quieras, lo sabes- dijo el Rabino volviéndose hacia Rajam- y contaras
con toda mi ayuda tanto aquí como en Fez o en Debdou, te echaremos de menos.
- Lo sé, pero la
decisión está tomada, por fin mis pesadillas han desaparecido. Esta noche
sacare a Levi y me iré con él.
Esa noche, una
barcaza hacía un viaje sin retorno con dos personas que habían unido sus vidas
para siempre, Rajam y Samuel comenzaron al pie de la torre del Oro una aventura
que les llevaría a tierras Africanas, donde durante más de dos siglos llegaron
masivamente los judíos sefardíes que, como ellos, escapaban del clima de persecución e
intolerancia que se iba apoderando progresivamente de la Península Ibérica.
Mientras, Jaim,
observaba el nuevo cuerpo de la torre que brillaba bajo la luz de la luna, esa
luz que debía alumbrar la travesía de los dos viajeros que abandonaban esa noche
Sevilla para siempre. Cada uno pensando en lo que dejaba atrás, Rajam en Zemira
y Samuel en su tesoro.